Como cada año por esta fecha, dedico mi entrada de hoy, martes 21 de mayo a mi hija Carolina puesto que hoy es su cumpleaños (12).
Así como mi accidente me ha enseñado aspectos de la vida afortunadamente desconocidos para mí
(enfermedad, dependencia, sufrimiento), el nacimiento de Carolina me enseñó la
maravilla de ver nacer a un ser humano.
Sucedió un lunes 21 de mayo de 2001 sobre las 8h30 de la mañana. Se dio la
casualidad de que la comadrona que asistió a Menchu en el parto – María V. –
fue la misma que había asistido 31 años antes a mi suegra Paquita en el nacimiento de Menchu. El viernes de aquella misma semana yo tenía previsto defender mi tesis doctoral en Astrofísica en la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona.
Por este motivo, yo me pasaba los días que coincidieron con el nacimiento de Carolina ensayando en voz alta lo que debía de explicar delante del tribunal unos días después. Así fue como las primeras experiencias sonoras que Carolina captó a su llegada a este mundo, no fueron cuentos para niños ni historias populares infantiles, sino la parametrización estadística de la distribución de velocidades residuales de una muestra de estrellas del entorno solar.
De este modo, los primeros conceptos que quedaron grabados en la tierna mente de Carolina no fueron lobo feroz, ni caperucita roja, ni Peter Pan, ni bruja malvada, ni piratas, sino k- estadísticos, cumulantes y momentos de una distribución.
Tampoco se le habló de princesas, leñadores, cazadores y cervatillos, sino de satélites astrométricos, estructura de la Galaxia y cúmulos de estrellas.
Los primeros nombres propios de los que tuvo conocimiento no fueron Aurora, Blancanieves, Hansel, ni Grettel, sino Chandrasekhar, Hiparcos, Oort, y otros científicos más actuales. Para nada utilizaba yo en mi trabajo la Teoría General de la Relatividad así que Carolina se perdió la posibilidad de oír hablar de los agujeros negros. 12 años después, estoy firmemente convencido de que esa carencia cognitiva tampoco ha sido un problema para ella. Con lo que queda demostrado que un recién-nacido de horas es muy receptivo a la Dinámica de Sistemas Estelares pero no se traumatiza por desconocer si en el centro de nuestra Galaxia existe o no un agujero negro súper- masivo.
Así las cosas, el viernes de aquella semana, con Menchu y Carolina ya fuera de la Clínica, me presenté ante el tribunal que debía defender mis 15 años de trabajo. Después de tanto tiempo soportando mi rollo, Menchu no se lo quiso perder y soportó estoicamente toda la sesión sentada en un banco de madera con los puntos de la episiotomía en sus bajos.
Pero a pesar de su interés por las componentes estructurales de la Galaxia, Carolina, con cuatro días de vida no podía entender que su madre y en ese momento única fuente de alimento, estuviera por tales menesteres , así que Menchu no pudo asistir a la tradicional comida que los doctorandos ofrecen a los miembros del tribunal después de la ponencia sino que se fue para casa a darle de mamar.
Por este motivo, yo me pasaba los días que coincidieron con el nacimiento de Carolina ensayando en voz alta lo que debía de explicar delante del tribunal unos días después. Así fue como las primeras experiencias sonoras que Carolina captó a su llegada a este mundo, no fueron cuentos para niños ni historias populares infantiles, sino la parametrización estadística de la distribución de velocidades residuales de una muestra de estrellas del entorno solar.
De este modo, los primeros conceptos que quedaron grabados en la tierna mente de Carolina no fueron lobo feroz, ni caperucita roja, ni Peter Pan, ni bruja malvada, ni piratas, sino k- estadísticos, cumulantes y momentos de una distribución.
Tampoco se le habló de princesas, leñadores, cazadores y cervatillos, sino de satélites astrométricos, estructura de la Galaxia y cúmulos de estrellas.
Los primeros nombres propios de los que tuvo conocimiento no fueron Aurora, Blancanieves, Hansel, ni Grettel, sino Chandrasekhar, Hiparcos, Oort, y otros científicos más actuales. Para nada utilizaba yo en mi trabajo la Teoría General de la Relatividad así que Carolina se perdió la posibilidad de oír hablar de los agujeros negros. 12 años después, estoy firmemente convencido de que esa carencia cognitiva tampoco ha sido un problema para ella. Con lo que queda demostrado que un recién-nacido de horas es muy receptivo a la Dinámica de Sistemas Estelares pero no se traumatiza por desconocer si en el centro de nuestra Galaxia existe o no un agujero negro súper- masivo.
Así las cosas, el viernes de aquella semana, con Menchu y Carolina ya fuera de la Clínica, me presenté ante el tribunal que debía defender mis 15 años de trabajo. Después de tanto tiempo soportando mi rollo, Menchu no se lo quiso perder y soportó estoicamente toda la sesión sentada en un banco de madera con los puntos de la episiotomía en sus bajos.
Pero a pesar de su interés por las componentes estructurales de la Galaxia, Carolina, con cuatro días de vida no podía entender que su madre y en ese momento única fuente de alimento, estuviera por tales menesteres , así que Menchu no pudo asistir a la tradicional comida que los doctorandos ofrecen a los miembros del tribunal después de la ponencia sino que se fue para casa a darle de mamar.
He aquí a Carolina a los 6 años en Dinópolis (Teruel).
Nótese la no apariencia externa de traumas infantiles por no haber sido instruida en sus primeras horas de vida sobre la probable presencia de agujeros negros súper-masivos en el centro de la Galaxia