Permítaseme recordar una obviedad: No sólo las desgracias (accidentes, enfermedades, pérdida de seres queridos,etc.) sino también las buenas nuevas pueden cambiarte súbitamente la vida.
Por la época del año en que estamos, toca hablar de la
lotería.
Decía un compañero de trabajo ahora fallecido (F. Lluch) de
quien ya hablé en otra ocasión que la lotería es el único juego que no se juega para ganar
sino por si ganan los demás.
De acuerdo con este principio, los creativos publicitarios
han realizado un anuncio cuyo mensaje viene a ser: “Compra lotería, no vayas a
ser tú el único imbécil a quien no le toque”.
Como no podía ser de otra manera, el anuncio se ha prestado
a todo tipo de parodias, algunas con tintes políticos,
por ejemplo esta
Dicen-y estoy de acuerdo- que no es más rico quien más tiene
sino quien menos necesita.
Conforme a ese principio, soy la persona más rica que
conozco y – probablemente- que conozca el lector.
Al perder prematuramente al cabeza de familia, me acostumbré
a vivir de forma muy austera.
Ciertamente, hace ya tanto tiempo, que ya ni recuerdo cuál
fue la última necesidad que tuve y no pude satisfacer por razones económicas.
El otro día, comentaba con David B.- mi fisioterapeuta- que
poco o nada cambiaría mi vida si me tocara el gordo de la lotería de Navidad.
Cierto que viviría más tranquilo, pero mi rutina diaria de terapia, terapia y
más terapia no cambiaría. Como él mismo me dijo, mover mi mano y brazo
izquierdos no es una cuestión de dinero.
No existe ningún centro ni terapeuta neurorehabilitador en
el Mundo que me pueda asegurar llegar a moverlos.
Lo que puede hacerse, ya lo estamos haciendo y,
lamentablemente, el resultado no se puede garantizar.
Sí que hay algo que haría con el premio y es bastante
simple: Me compraría un coche adaptado a mis limitaciones para poder asistir de
forma autónoma a las terapias.
Eso ya lo ha hecho un compañero de terapia (Luis) quien
primero tuvo que reexaminarse de conducción.
De oficio maquinista de Ferrocarrils, se le diagnosticó una malformación congénita en los
capilares que riegan el cerebro en una de las muchas revisiones médicas a las
que se someten las personas que tienen muchas vidas bajo su responsabilidad.
Au sin revestir la urgencia que requieren otras patologías
como podría ser un tumor, decidió operarse para seguir en activo y evitar la
posibilidad de un AVC en condiciones no controladas.
Sin embargo, lamentablemente la intervención no salió todo
lo bien que hubiera sido deseable y se quedó con las secuelas propias de un
ictus.
Otra compañera de terapia (Gemma) también presentaba un aneurisma pero no lo supo hasta después
de sufrir el ictus.
A un primo mío (Suso)
se le diagnosticó un aneurisma a principios de los años 70 y le recomendaron
someterse a una intervención en Suiza entonces pionera consistente en reforzar las paredes capilares
alrededor del aneurisma para evitar que reviente.
Empleado de un famoso banco español con el nombre de la
capital de Cantabria, el banco corrió con todos los gastos de su viaje
sanitario a Suiza. Y así hasta el día de hoy.
En mi caso no se ha llegado a determinar ni aun remotamente
la causa del ictus. Supongo que la hipótesis del aneurisma fue lo primero que
estudiaron los neurocirujanos aunque sin
resultados positivos.
Voy a ser sincero y no negaré que sí existen bienes
materiales que me gustaría alcanzar caso de disponer de los correspondientes
recursos económicos. En concreto dos: El Grantecan (Gran Telescopio de Canarias y un viaje de turismo
espacial. Sin embargo, el primero no está en venta y –aunque lo estuviera- sería
un pecado privar a la comunidad científica de tan preciado instrumento para mi
simple capricho.
Tampoco está en venta el telescopio Hooker de Monte Wilson
en California aunque al menos en este caso no tendría remordimientos por los
científicos ya que su uso para tales fines ha decaído en los últimos años por
causa de la contaminación lumínica producida por la ciudad de Los Ángeles.
En cuanto al segundo bien, se requiere mucho más dinero
del que proporciona un premio gordo de
lotería.
He aquí una imagen del venerable telescopio Hooker en MonteWilson (California)